domingo, mayo 08, 2011

Repensar la Espiritualidad

Hoy en día la espiritualidad es una palabra extraña entre muchos individuos; para la mayoría de las personas es una cuestión insignificante, algo que no está claro, con muchas dificultades. Para el común de las personas la espiritualidad es un asunto que no les concierne, consideran que está destinado a los curas, sacerdotes y otros líderes religiosos. Entre los cristianos practicantes nadie se pregunta el uno al otro ¿cómo va tu espiritualidad?, puesto que resulta una pregunta extraña, un tanto incómoda y entrometida a la que la mayoría de las personas no sabría responder.

¿Por qué sucede esto? Comúnmente se nos dice que es por causa del egoísmo humano, la falta de fe actual y las seducciones del mundo y sus deseos.



Aunque hay algo de verdad en esta afirmación, el problema es mucho más complicado. El ejercicio de la espiritualidad genuina tiene muy poca audiencia porque se ha complicado tanto que, a la hora de la verdad, resulta una cosa hoy día resulta poco atractiva, engañosa e incluso para muchos detestable.

Todo esto tiene que ver con la noción tradicional que tenemos de la espiritualidad. Los autores cristianos nos han dicho que el fin de esta es esencialmente la de “conseguir la perfección de la vida espiritual del individuo que la practica”. Se refiere a la superación que el propio individuo obtiene mediante ejercicios espirituales, una vida abnegada y muchos sacrificios. Según José María Castillo, una espiritualidad entendida en estos términos tiene como mínimo tres consecuencias: conduce al individualismo, al espiritualismo y a la privatización de la fe. Esto, además de no ser atractivo para mucha gente, deforma y desfigura la autentica espiritualidad cristiana.

Si el fin de la espiritualidad es conducir al individuo hacia su propia perfección, este tipo de espiritualidad fomenta un profundo individualismo que por una parte equivale a proponer, en última instancia, una forma sutil y refinada de egoísmo, y por otra desplaza el aspecto comunitario de la misma, puesto que convierte el centro de la espiritualidad al individuo, no la comunidad. Una vida cristiana en la que el individuo fomenta, aunque sin pretenderlo, el egoísmo y el individualismo, no puede resultar aceptable para el común de la gente que lo consideraría hipócrita y que produce rechazo, sobre todo, si tenemos en cuenta que la espiritualidad tradicional exige y exige a sus adeptos muchos sacrificios, renuncias y apartarse de todo lo que sea mundano.

La espiritualidad tradicional establece una distinción muy clara entre el espíritu y la materia, el alma y el cuerpo, lo sobrenatural y lo natural. Esta distinción se hace de tal forma que el interés se pone sobre el espíritu, en el alma y en lo sobrenatural, hasta el punto que lo material, el cuerpo y lo natural son considerados cosas peligrosas, asuntos profanos de los que hay que apartarse en la medida de lo posible. De ahí el empeño por mortificar el cuerpo, someter y domesticar todo lo que sean apetitos o instintos naturales, por concentrarse en lo sobrenatural. Esta orientación de la espiritualidad es lo que se denomina espiritualismo. El espiritualismo presenta esencialmente dos dificultades: por un lado, niega la unidad indestructible de la persona, que es al mismo tiempo mente, alma y espíritu y por otro lado, esta manera de entender las cosas no tiene origen cristiano sino de la filosofía platónica, gnóstica y de otras formas de pensamiento oriental. Las consecuencias para la vida de los creyentes y de la iglesia han sido que quienes practican esta forma de espiritualidad se han visto en la obligación de negar algo que es natural en ellos mismos y un regalo de Dios: el cuerpo, los instintos naturales, la creación natural. Por otra parte esta práctica espiritualista se ha interesado tanto por las cosas del cielo y tan poco por las de la tierra, que ha desembocado en una iglesia que fomenta más y más la religión que la práctica y la búsqueda de la justicia, que defiende a capa y espada sus ritos y tradiciones por encima de la injusticia social ni se preocupa por los más pequeños. Esta era la religión que Karl Marx denominaba con mucha razón “el opio del pueblo”.

Y en último lugar, la privatización. Esto quiere decir que la espiritualidad tradicional ha sido y es un asunto privado. Tiene pertinencia sólo a las relaciones del hombre con Dios y a las relaciones con los demás en las relaciones interpersonales. Por eso, la espiritualidad se preocupa por que el individuo se entienda con Dios a solas y por cumplir con los requerimientos de las relaciones interpersonales. Todo esto es importante, pero hay que perder de vista que toda persona es un ser social, que ningún hombre es una isla y que no debe marginarse de la sociedad por practicar la espiritualidad. Alguien que es religioso, por más que esté encerrado entre cuatro paredes, sigue siendo un ciudadano con deberes y derechos públicos. Cuando la espiritualidad tradicional no se interesa por esta dimensión social, publica y política de la persona, considerándolas como cosas del mundo, en última instancia lo único que hace es permitir que quien tiene el poder en las manos continué ejerciéndolo a placer, incumpliendo el llamamiento de Jesús que nos insta a ser la sal de la tierra y la luz del mundo entre los hombres.

Es por eso que hoy día hace necesario otra forma de pensar y practicar la espiritualidad, con otra orientación, otro criterio, otro principio regulador. Si echamos una mirada a los evangelios, este principio y este criterio no puede ser otro más que el seguimiento de Jesús.

En palabras de J. M. Castillo: La espiritualidad no tiene ni puede tener otro origen y otro fundamento que la persona de Jesús y su existencia concreta. Pero, la forma más radical de recuperar el sentido de la espiritualidad autentica en la persona de Jesús aparece en los evangelios como invitación y la exigencia de su seguimiento. Recuperar una espiritualidad enmarcada en el ejemplo de Jesús no significa conocer su vida y su misión, sino ser participes de ello y reproducirlo cada uno de nosotros en nuestra historia y nuestras comunidades. Toda la vida cristiana se resume en el seguimiento de Jesús, tiene en palabras de Jon Sobrinoel carácter de norma y también de ánimo a su realización, de exigencia por lo costoso y de gozo por hacer encontrado la perla preciosa”.
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